Cuenta la leyenda griega que la primera generación mística (las divinidades primordiales) creó la raza de los Titanes. Estos, en la persona de Cronos (Saturno), el dios del tiempo, destronaron al Cielo (Caelus, Urano).
Después, Zeus (Júpiter), hijo de Cronos, sucede a su padre y vence a la antigua estirpe en una guerra sangrienta que lleva a los olímpicos al poder.
Siguiendo la lógica de esa evolución, la raza que sucediera a los olímpicos, en términos de tiempo, debería, en igual forma, combatirlos y destronarlos. Pero esta raza son los hombres. Y la lucha sigue empeñada hasta hoy sin que, evidentemente, la humanidad venza a la divinidad.
El mito de Prometeo es la síntesis de la lucha hombre-divinidad. Representa una humanidad activa, industriosa, inteligente y ambiciosa, que trata de igualarse a las potencias divinas.
Prometeo no es un dios olímpico; es un titán (hijo de Japeto y Climene). Su crimen fue, justamente, el haber tratado de crear una raza que superase a los olímpicos; en ese empeño, enseño a sus criaturas el modo de dominar la naturaleza y de conocerse cada vez más, a sí mismas.
En sus esfuerzos por penetrar los misterios de la naturaleza, el hombre está obligado a abandonar el ocio: progresar cuesta sacrificios y representa enfrentarla, tanto en lo íntimo como en lo demás y en lo exterior. representa, también, la envidia y la represión de los dioses, temerosos de que la civilizaciones mortales aventajen al reino olímpico.
El psicoanálisis interpreta de distinta forma el mito de Prometeo en su eterna lucha con la divinidad. Creado por el espíritu, como todos los otros seres, el hombre, sin embargo, se distingue de las demás formas de vida por poseer inteligencia, una conciencia que lo individualiza y lo hace capaz de enfrentar a las fuerzas que lo dominan. Según el concepto psicoanalítico, Prometeo representa el despertar de la consciencia, la madurez del hombre libre que ha dejado de ser criatura dependiente, el principio de la intelectualización (idea contenida en su propio nombre, que en griego significa “pensamiento previsor”).
El mito tiene tres etapas. La primera corresponde a la creación del ser consciente, e incluye el robo del fuego, elemento básico para la elaboración de las culturas y civilizaciones que la consciencia humana ya podía emprender. La segunda etapa se refiere a la seducción del hombre por la mujer: Pandora. La tercera parte del mito cuenta el castigo (y la posterior liberación) del titán Prometeo.
Al dar fuego a los hombres, Prometeo los libera definitivamente de la dependencia divina. Sin el fuego, no sería posible transformar el medio ambiente, ni adaptarlo a las necesidades físicas de cada pueblo, de cada región. Al rededor del fuego se reunían los hombres primitivos, haciendo de ese elemento un importante factor de sociabilidad.
El fuego no es sólo el instrumento de transformación de las substancias, de cocción de los alimentos, de creaciones artesanales. El fuego representa, también, lo espiritual (luz), la sublimación (calor). Pero también agente de destrucción. Maravillados por sus propias invenciones, los hombres se imaginaron iguales a los dioses y dejaron de hacer sacrificios a los inmortales.
En ese momento, para castigar a los hombres, los olímpicos envían a Pandora, el símbolo de los deseos terrenales.
Castigada la humanidad, Zeus decide castigar a Prometeo, el orgulloso intelecto creador.
Pero, finalmente, viene la salvación: Hércules, también criatura de Prometeo, hombre-héroe, lo libera y mata al águila que le corroía el hígado inmortal. Prometeo se reconcilia con Zeus y entra en el Olimpo. Las consecuencias de esa culpa son olvidadas. El fuego deja de ser un poder destructivo para constituirse en el un elemento purificador, con el cual se realizan los sacrificios divinos.
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